miércoles, 29 de marzo de 2017

Crítica de Jésica Guarrina

Muy bella crítica de Jésica Guarrina.

LINK: https://spectavi.wordpress.com/2017/03/28/ano-cero-un-sonido-incesante/



Este singular espectáculo busca rendir homenaje al conocimiento intuitivo y visceral. Surge de una combinación acertada entre teatro, expresión corporal y sonidos producidos en vivo a través de instrumentos musicales, así como de objetos construidos con elementos provenientes de la naturaleza. Al inicio de la pieza, asistimos a una especie de ritual chamánico, acto característico de las culturas amerindias antiguas, de posible inspiración arraigada en los relatos de la chamana mexicana María Sabina. Enseguida, somos trasladados junto a Cero (Susana Yasán), la protagonista de la obra, a tierras desérticas y apocalípticas. La acompañan, a lo largo de su tránsito, las llamadas “presencias” (Allocati, Arrascaete, Mártire y Pérez de Villa), actores personificados según rasgos animalescos, a la vez que humanos y hasta suprahumanos. Poco hablan, pero se expresan enfáticamente mediante gestos, ademanes, pequeñas danzas y movimientos coordinados. De ninguna manera, Cero, apoyada en sus largos parlamentos, queda sola o desligada del resto de los elementos escénicos y personajes. Todo fluye como un conjunto milimétricamente planificado en sus acciones. Tal como una narración representada de fin de mundo –espectáculo que apunta al género del teatro poético- esta historia nos re-conecta, simultáneamente, con la unidad originaria que ha posibilitado el inicio del universo y su devenir.

Además de María Sabina, la dramaturgia hace alusión a otras dos mujeres. Se trata de Safo y Casandra, profetisas de la antigüedad griega: una real; la otra, mítica. Siguiendo el caso de Casandra, se dice que ésta había recibido sus dotes proféticas por intermedio del dios Apolo, quien se había enamorado de ella. A raíz de este hecho, la leyenda también cuenta que habían establecido un pacto de intercambio: instrucción en la adivinación del porvenir a cambio de su entrega al dios del Olimpo. Así, Casandra recibe la enseñanza; sin embargo, tras rehusarse a unirse a Apolo, pierde el don de la persuasión, no así el de la profecía. La profetisa es “inspirada”, poseída por el dios y en pleno delirio, es capaz de formular sus oráculos [1]. En cuanto a Safo, poetisa griega de Lesbos, algo olvidada en su tiempo, pero recuperada y popularizada posteriormente por los poetas romanos, se sabe que vivió entre el 650 a.c y el 580 a.c y que sus poemas incluían fuerte contendido amoroso.

Cero, tomando facetas de Safo y Casandra, versa sobre el amor y también posee cierto conocimiento milenario, una conexión intensa con las entrañas de la tierra, una ligazón especial con las fuerzas de la naturaleza. Su mensaje, si bien frío y devastador al comienzo, resulta esperanzador al final. Su interrogante por la persistencia de la poesía de los pueblos remite a los estudios acerca de la cultura popular de nuestros días: ella, en un momento determinado de la obra, interrumpe sus reflexiones y se pregunta a sí misma algo aproximado a “si una nación o pueblo podría ser capaz de vivir sin su poesía, sin sus versos”. De este modo, el espectáculo no solo configura un no-espacio, un no-tiempo marcado por la devastación arbitraria de los planos material y espiritual de la raza humana sino también, por la propia responsabilidad del hombre en su destino antropológico, social y cultural signado por dicha destrucción.

Resultado de logradas interpretaciones individuales, a la vez de una excelente fusión colectiva entre los actores -sumado a ciertos pasajes en que los personajes inmóviles se posicionan y permiten que la luz recorte sus siluetas al estilo de los planos pictóricos o fotográficos surrealistas-; Año Cero (un sonido incesante) se erige como una propuesta diferenciada dentro de la oferta teatral actual de la Ciudad, y como una apuesta a la entrega con lo más íntimo de nuestro Ser.

[1] GRIMAL, Pierre [1951]; Diccionario de mitología griega y romana; Paidós; Buenos Aires; 2004; págs. 89-90.

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