domingo, 7 de mayo de 2017

Crítica de Ladislao Serrano

Hermosa y muy interesante crítica, publicada en Espectáculos de Acá. Por Ladislao Serrano.

http://www.espectaculosdeaca.com.ar/ano-cero-2/




Recomenzar

Año Cero (Un sonido incesante) irrumpe en la escena porteña de teatro off como si fuera una promesa. Es decir, cuando la intuición prima, siempre tendemos a serenarnos ante estos golpes de sensaciones abstractas, eufóricas, primales y, por qué no, sin sentido alguno. Ya que toda obra experimental (poético/ musical/ performática) que exceda, pero que no repela, ni niegue la forma clásica, siempre se nos presenta como un augurio denso y calmo, pero de alegre porvenir, recitado por un buen chamán. Año Cero promete ser una obra experimental en la que poesía, música, danza y actuación irán más allá, o se correrán de ciertos parámetros.

La obra parte de una idea de Susana Yasan (la actriz protagonista de Año Cero) y Lamberto Arévalo quien se encarga de la dramaturgia y la dirección. Los disparadores de la actriz y el director son tres personajes: la chamana mexicana María Sabina, la poeta Safo y el mito griego de Casandra. En los temas vislumbramos un recorte que es tanto poético como femenino. Y no es arbitrario, creemos, dicho recorte. Año Cero se sitúa en un mundo cuyo futuro es lejano y se presenta derruido. Se trata de una tierra baldía en donde un ser vuelve a pensar y a plantear las nuevas posibilidades de reproducción de un pensamiento nuevo cuya única razón, tal vez, sería el tomarse a sí mismo con una completa y total desconfianza experimental. Es decir: volver a pensarse pensando, desde la nada. Y siendo algo: en este caso, una mujer.

Y es la mujer el protagonista. Sobresalen ellas: Verónica Allocati, Cecilia Arrascaete, Cecilia Mártire y la genial y bestial Susana Yasan. Tocan, danzan, se apretujan y contorsionan al son de ritmos y músicas tocados por ellos mismos. También hay lugar para el hombre: Mariano Pérez de Villa encarna un machote alfa sideral y sexual pero problemático y polémico. Es aquí, en lo sexual y erótico donde la obra más bucea. Y vale decir que bucea tal vez sin saber hacia dónde va o qué quiere significar. Pero justamente, eso es lo que atrae del arte experimental. No hay certezas, no hay verdades. Hay arte, fallas, búsquedas de verdad. Hay caminos posibles desde cualquier polvareda de muerte y ruina. Hay sexo en cada esquina miserable. Hay amor, hay juego y potencia. Año Cero es una obra que desconcierta y en su pretensión y potencia, en sus fallas, es donde se hace más fuerte. Después de todo: ¿Qué pensaríamos, qué haríamos, si hubiera que volver a pensar y a besar? Seguro haríamos todo de nuevo pero mejor. Naceríamos en el Año Cero.

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